viernes, 6 de mayo de 2016

Mi hermano en Alakanuk. P. Segundo Llorente (XVIII)


Se ve que uno no gana para sustos. Estaba yo tan tranquilo en mi casita de Alakanuk un día en febrero de 1953, cuando entra un chico con un paquete de cartas y en una de ellas vi que mi hermano Amando, el jesuita de Cuba, estaba camino de Alaska.

Cuando llegó, me dijo:

- Chico, en tus escritos tú no has dicho ni una tercera parte de lo que es esto. Porque esto es algo horripilante; algo ultraterreno; algo descomunal. Yo aquí no duraba ni un mes. ¿Cómo has podido tú aguantar eso? Hora tras hora en avión cruzando Alaska y no he visto nada: ni pájaros, ni árboles, ni agua. ¿Pero tú, que haces aquí? Y luego 40 grados bajo cero. Se juega uno la vida con solo salir de casa. Yo te digo: tú te lo has callado todo y no nos has dicho nada más que una mínima parte de la realidad.

“¿Qué haces aquí?” Me preguntaba él atónito ante lo que estaba viendo y palpando. Y luego remachaba el clavo con afirmaciones como esta:

- Esto no es para españoles, sino para norteamericanos que viven a dos pasos y, con sus aficiones a la mecánica, edifican sus casas y hacen los oficios domésticos que a ellos tanto les encantan. Nosotros caemos mejor en Hispanoamérica, donde hallamos ambiente más nuestro y donde vegetan millones de almas que están esperando el alimento espiritual con los brazos abiertos. 

Excuso decir lo animado del diálogo entre dos hermanos en estas circunstancias. Naturalmente mi hermano concedía que hay que salvar a los eskimales. Lo que ya no concedía tan fácilmente era que tuvieran que ser salvados por españoles. Yo mismo he repetido en mis cartas que Alaska debe correr por cuenta de los norteamericanos.


Mi hermano al fin concluyó que Dios tienen sus planes y sus secretos y que sin duda tienen razones divinas para llamar a cada uno a donde a Él le place; que no hay regla sin excepción; que no está la cosa en hacer mucho, sino en hacer con mucho amor lo que se hace; que él se volvería a Cuba y que yo me quedase aquí para la mayor gloria de Dios. 

Me dijo que estoy rebosando salud y vida y que aparento menos años de los que tengo, aunque las fotos digan o quieran decir otra cosa.

(P. Segundo Llorente, 40 años en el Círculo Polar)

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