domingo, 9 de noviembre de 2014

Rogar al Señor de la mies que envíe obreros a su mies


En este período no breve, que coincide con el de nuestro pontificado, nos preguntamos: ¿cuántos "obreros de la mies", cuántos "obreros de la viña" han llegado al atardecer de su jornada terrena y se han presentado al Señor para rendir cuentas de su trabajo y recibir la recompensa? ¿Cuántos otros han ocupado su puesto? Ciertamente muchos. Pero su vacío, ¿ha sido totalmente colmado? Las nuevas levas comprometidas en el sagrado ministerio ¿logran colmar en todas partes las necesidades espirituales de las poblaciones cada vez más numerosas? Y aquellos que ya trabajan en los múltiples e inmensos campos que el Señor ha confiado a su Iglesia, ¿sienten todos el amor evangélico, la valentía cristiana, el fervor apostólico necesarios para cumplir fiel, generosa y eficazmente su sublime misión?
Estas preguntas inquietantes nos hacen experimentar y sufrir nuestra poquedad frente a acontecimientos y problemas que consideramos muy grandes. Pero el Buen Pastor, cuya figura campea en la liturgia de este domingo, nos sale al encuentro y nos tiende la mano. Él conoce nuestras dificultades; ha dicho, en efecto, que "la mies es mucha, pero los obreros pocos". Por eso nos invita, más aún, nos manda: "Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies". Y Él mismo nos dio ejemplo de esta plegaria, ya que, antes de elegir a los Apóstoles, pasó la noche en coloquio con el Padre y al final de la última Cena elevó a Él su oración sacerdotal.
Sí, el Señor nos ha mandado orar y nosotros oramos. Ora la Iglesia en todas partes del mundo, unida en la misma fe y en la misma invocación, elevando aún más fervorosamente en esta Jornada su súplica universal, que no se interrumpe jamás.
Esta oración debe hacernos comprender y amar más a fondo cuanto el Señor ha querido decir acerca del don enaltecedor y gozoso de la vocación. Él habló a los primeros que llamó. Les enseñó muchas cosas. Los quiso junto a sí. Los iluminó acerca de su vida y de su misión al dirigir a sus discípulos el mensaje de las, el discurso misionero y, en particular, el testamento sacerdotal, antes de su inmolación.

(Mensaje de Pablo VI para la XV Jornada Mundial de oración por las vocaciones)

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