viernes, 28 de noviembre de 2014

El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo


     "La ciudad celestial la edifica el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo; la ciudad terrena la edifica el amor propio hasta el desprecio de Dios", por eso dice el Señor "el que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo" (Mt. 16, 24).

         Hay dos clases de amor propio: uno es bueno y otro malo. El bueno es aquel que nos lleva a procurar la vida eterna. El malo es el que nos lleva a procurar los bienes de la tierra, con detrimento del alma y con disgusto de Dios.

         Todo trabajo el trabajo del alma espiritual consistirá en frenar la marcha desarreglada del amor propio, lo cual es oficio de la mortificación interior o abnegación de sí mismo, que como nos enseña San Agustín, consiste en "regular los movimientos del corazón".

         ¡Pobre alma cuya dirección se encuentre en manos de sus apetitos! "El enemigo más temible es el doméstico", dice San Bernardo. Enemigos son el demonio, el mundo; pero el peor de todos es nuestro amor propio, porque es "para el alma el gusano que va royendo las raíces de la planta, hasta que le priva no solo de frutos, sino también de la vida". (Sta. Mª Magdalena de Pazzis)


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