jueves, 19 de octubre de 2017

Sacerdos et hostia


Las funciones sacerdotales, en cuanto se relacionan con el Señor, presente en la Eucaristía, y con su cuerpo místico, demuestran, todavía mejor que la misma ordenación, esa especialísima obligación de tener a la perfección.


El sacerdote, cuando celebra el santo sacrificio de la Misa, es figura de aquél en cuyo nombre habla, de Jesucristo, que se ofrece por nosotros. Debe ser misionero consciente de la grandeza de sus funciones, y unirse más y más, con alma y corazón, al Sacerdote principal que es también la víctima sagrada, sacerdos et hostia. Sería hipocresía, o cuando menos culpable negligencia, subir las gradas del altar sin una firme voluntad de ir creciendo en caridad. Debe el ministro de Cristo decir cada día con más espíritu y santidad: “Hoc est corpus meum. Hic est calix sanguinis mei”. Su comunión habrá de ser cada día sustancialmente más fervorosa, por una mayor disposición de la voluntad al servicio de Dios, ya que el sacramento de la Eucaristía debe, no solo conservar, sino aumentar la caridad en nuestras almas.

(Garrigou-Lagrange, Las tres edades de la vida interior)

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