sábado, 9 de abril de 2016

Pobreza voluntaria. P. Mendizábal (XIX)


En el nacimiento, María y José nos enseñan cómo prepararnos al encuentro con Jesucristo, al encuentro del misterio del Verbo hecho carne, que se nos presenta para que lo adoremos.

Jesucristo vino al mundo en suma pobreza. En la Iglesia, siempre habrá una llamada del Señor a una pobreza voluntaria. La pobreza voluntaria no es en sí misma la mera ausencia de bienes, sino un amor a Cristo tal, que le tiene a Él como único tesoro, y es una necesidad. Así como la virginidad es un amor a Cristo que lleva intrínsecamente la polarización de lo indivisible del corazón en el Señor, y por ello la renuncia a lo sociedad conyugal; hay un amor a Cristo que lleva a la renuncia de la riqueza, de los bienes de este mundo, que se contenta con tener con qué comer y vestir, como dice San Pablo. Pero no es para unirse a los pobres, ¡aunque no hubiese pobres! Así como la virginidad no es una condición del apóstol para predicar a los solterones, no es por eso por lo que uno abraza el celibato. Así también la pobreza o la condición por la que yo quiero vivir en pobreza es por tener a Jesucristo como único tesoro, y consiguientemente, corresponde a una especie de necesidad interior de pasar con lo mínimo, de no querer más, de no tener su morada en este mundo.


El Señor nos muestra el valor de esa pobreza voluntaria, y para ello prepara a María y a José: les despoja de lo poco que tenían y les hace que le lleven a Belén, donde va a nacer en suma pobreza.

(Con María, P. Mendizábal).

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