domingo, 17 de abril de 2016

Esperanza (II). Jubileo de la Vida Consagrada (VIII)


A mí me hace mucho bien leer ese pasaje de la escritura, en el cual Ana —la mamá de Samuel— rezaba y pedía un hijo. Rezaba y movía sus labios, y rezaba… Y el viejo sacerdote, que era un poco ciego y que no veía bien, pensaba que estaba ebria. Pero el corazón de aquella mujer [decía a Dios]: «¡Quiero un hijo!». Yo os pregunto a vosotros: ¿vuestros corazones, ante este descenso de las vocaciones, reza con esta intensidad? «Nuestra congregación tiene necesidad de hijos, nuestra congregación tiene necesidad de hijas…». El Señor que ha sido tan generoso no faltará a su promesa. Pero debemos pedirlo. Debemos tocar la puerta de su corazón. Porque hay un peligro —y esto es feo, pero debo decirlo—: cuando una congregación religiosa ve que no tiene hijos y nietos y comienza a ser más pequeña y más pequeña, se apega al dinero. Y vosotros sabéis que el dinero es el estiércol del diablo. Cuando no pueden tener la gracia de tener vocaciones e hijos, piensan que el dinero salvará la vida y piensan en la vejez: que no me falte esto, que no falte este otro… ¡Y así no hay esperanza! ¡La esperanza está solo en el Señor! El dinero no te la dará jamás. Al contrario: ¡te tirará abajo! ¿Entendido? 


(Papa Francisco, Jubileo de la Vida Consagrada. Febrero 2016)

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