jueves, 4 de febrero de 2016

No envaines nunca esa espada. Tres monjes rebeldes (VII)


Cuando comenzaban a caer las primeras nieves de 1033, Teodorico llevó a Roberto a su presencia.

- Hijo mío, considera tu ingreso en la vida religiosa como si desenvainaras tu espada por la causa de Dios.


Y después de una breve pausa, prosiguió con tono más solemne:

- Roberto de Troyes, hijo de mi corazón, ¡no envaines jamás esa espada! En estos tiempos, la Iglesia necesita combatientes. Ahora tenemos un Papa que se llama Benedicto IX y que resulta que es… ¡un niño de doce años! La Iglesia de Dios está necesitada de santos que equilibren esa monstruosidad. ¿Me oyes? ¡Necesita santos! Tú ardías por alistarte en lo que llamas “la más noble Caballería”. ¡Pues sigue ardiendo! No nos resultes un fuego de paja. Tienes que arder firmemente. ¡Tan firmemente como el sol y las estrellas! ¡Arde, hasta que te consumas totalmente! Si te vas a entregar a Dios, entrégate por entero o no te entregues. ¡Sé santo!

Luego, con gran ternura, apoyó sus manos en los hombros de Roberto, diciéndole:

- Hijo, has de arder por Dios. ¡El Señor necesita de calor para combatir el frío que debe rodear su Corazón al ver lo que los hombres están haciendo con su Iglesia!

Ese sincero fuego paterno fue la música marcial con que Roberto partió para su noviciado.

(Tres monjes rebeldes, P. Raymond)

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