miércoles, 13 de enero de 2016

“Ellas van al cielo, no tenga pena”. Santa Teresa de Jesús (XXVII)


“Esta monja, si es tan buena, tómela, que menester ha tener muchas, según se mueren. Ellas se van al cielo, no tenga pena”.

Así contempla la muerte Teresa de Jesús, ajena por completo al aparato pagano de lamentaciones. Detesta tener que usar un sello que tiene grabada una calavera sobre dos tibias cruzadas: “Venga mi sello, que no puedo sufrir sellos con esta muerte, sino con quien quería que estuviese en mi corazón: J.H.S.” Y es que la muerte, para ella, es resurrección y, por tanto, alegría. Cuando Petronila de San Andrés murió “como un ángel”, Teresa vio a su Divina Majestad con los brazos abiertos a la cabecera de su cama rodeado de serafines dispuestos a conducirla al Paraíso. Mandó prohibir los cantos fúnebres en sus conventos y compuso coplas festivas para que las carmelitas las cantaran en torno al féretro. 


Teresa sin embargo, comprendía el dolor de los que sobreviven a los familiares muertos; por eso los consolaba con inagotable tacto y dulzura, aunque no dejaba de recordarles lo fugaz de su propia existencia:

“Vuestra merced no se considere con vida muy larga –escribe al viudo de su hermana María- sino advierta que es un momento lo que le puede quedar de soledad”.

(La Vida de Santa Teresa de Jesús, Arcaduz).

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