“Que no era todo nada, y la vanidad del mundo, y cómo acababa
en breve, y a temer, si me hubiera muerto, cómo me iba al infierno; y aunque no
acababa mi voluntad de inclinarse a ser monja, vi que era el mejor y más seguro
estado, y así poco a poco me determiné a forzarme para tomarle”.
Vivió en Nuestra Señora de Gracia año y medio de lucha
interior: “el espíritu le pedía ser monja y el sentido le apartaba de ello… y
aun peleaban en su pecho como en estacada o pelea”.
La decisión de vencerse estaba tomada,
pero la lucha interior no cesaba. Teresa argumentaba consigo misma: “que los
trabajos y pena de ser monja no podían ser mayor que la del purgatorio, y que
yo había bien merecido el infierno; que no era mucho estar lo que viviese como
en el purgatorio, y que después me iría derecha al cielo, que éste era mi
deseo”. Pero al mismo tiempo, “poníame el demonio que no podría sufrir los
trabajos de la Religión, por ser tan regalada”… “A esto me defendía con los
trabajos que pasó Cristo, porque no era mucho yo pasase algunos por Él; que Él
me ayudaría a llevarlos”. “Pasé hartas tentaciones estos días… más me parece me
movía un temor servil que amor”.
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