Estábamos en la recreación. La portera tocó dos campanadas,
había que abrir la puerta de la clausura a unos obreros que tenían que meter
unos árboles destinados al belén. La recreación no era alegre; por eso pensé
que me agradaría mucho que me mandasen ir a hacer de tercera. En efecto, la
Madre supriora me dijo que fuese yo o la hermana que estaba a mi lado.
Inmediatamente empecé a desatarme el delantal, muy despacio, a
fin de dar tiempo a mi compañera para que se quitase el suyo antes que yo, pues
creía complacerle dejándola hacer de tercera. La hermana que suplía a la
depositaria nos miraba riendo, y al ver que yo era la última en levantarme, me
dijo: “¡Ah, ya me parecía a mí que no ibais a ser vos la que ganase una perla
para su corona, os movíais con demasiada lentitud!”
A buen seguro, toda la comunidad creyó que yo había obrado así
obedeciendo a mi gusto natural. Me sería imposible decir cuánto bien hizo a mi
alma una cosita tan insignificante.
(Historia de un alma. Relato autobiográfico de Santa Teresita
del Niño Jesús).
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