¡Oh!, dime más bien el
otro motivo, que es más verdadero. “Quiero salir porque me pesa la vida
regular; porque me pesa la obediencia, me pesa la pobreza; en una palabra,
porque no me agrada, y deseo marcharme”. Dígase así, y la duda será pronto
deshecha, es decir, es manifiesto que no tienes duda de la vocación, sino que
la vas perdiendo, la has traicionado.
Dirá alguno: “El único
motivo del cual me ha nacido a mí la duda es la casi certeza de que el Señor no
me quiere aquí; es la necesidad en que se encuentran mis padres; yo les quiero
mucho; veo que podría socorrerlos estando a su lado y hacer de modo que puedan
soportar menos desagradablemente el poco de vida que el Señor aún les conceda;
y aún más, ellos mismos me aconsejan que vaya con ellos”.
Aquí no me queda otro
consejo que darte que el de Santo Tomás, quien dice abiertamente: In negotio vocationis, parentes amici non sunt sed
inimici.
A
la ternura que tienes hacia tus padres, ya
has renunciado pidiendo entrar en la Congregación, en la cual has
escogido a Dios como tu heredad, tu amor, tu todo. Dios es tu padre antes de tu
padre y tu madre: Dios es el que te ha creado, y también a tus padres y a todas
las cosas, y por esto es dueño de todo;
si Él llama, no hay padre ni madre que valga. ¿Os aconsejaría yo que huyerais
de casa, como se lee que han hecho algunos santos, ayudados aun milagrosamente
en su fuga por el Señor? No os lo aconsejo; pero desde el momento en que estáis
aquí ya y querrían haceros volver al mundo, digoos sencillamente que no estáis
obligados a obedecer: Obedire magis oportet Deo quam non hominibus.
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