Durante
los años de la juventud se va configurando en cada uno la propia personalidad.
El futuro comienza ya a hacerse presente y el porvenir se ve como algo que está
ya al alcance de las manos. Es el período en que se ve la vida como un proyecto
prometedor a realizar del cual cada uno es y quiere ser protagonista. Es
también el tiempo adecuado para discernir y tomar conciencia con más
radicalidad de que la vida no puede desarrollarse al margen de Dios y de los
demás. Es la hora de afrontar las grandes cuestiones, de la opción entre el
egoísmo o la generosidad.
Cada
uno de vosotros está enfrentado ante el reto de dar pleno sentido a su vida, a
la vida que se os ha concedido vivir. Sois jóvenes y queréis vivir. Pero debéis
vivir plenamente y con una meta. debéis vivir para Dios; para los demás. Y
nadie puede vivir esta vida para sí mismo. El futuro es vuestro, pero el
futuro es sobre todo una llamada y un reto a “encontrar” vuestra vida
entregándola, “perdiéndola”, compartiéndola mediante la amorosa entrega a los
demás. Dice Cristo: “El que ama su vida la pierde; pero el que aborrece su vida
en este mundo, la encontrará para la vida eterna”. Y la medida del éxito de
vuestra vida dependerá de vuestra generosidad.
Cristo
dispone de toda la terapia para curar los males del mundo. Él, que ha querido
considerarse médico a Sí mismo, nos ha enseñado que, si se quiere cambiar el
mundo, hay que cambiar antes de nada el corazón del hombre.
(S.
Juan Pablo II)
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