¿De qué
me puedo quejar? ¿Por qué entristecerse de lo que es sólo motivo de alegría? ¿A
qué más puede aspirar un alma que a sufrir un poco por un Dios crucificado?
Nada
somos y nada valemos, tan pronto nos ahogamos en la tentación como volamos
consolados al más pequeño toque del amor divino.
Cuando
comenzó el trabajo, nubes de tristeza cubrían el cielo, el alma sufría de verse
en la Cruz, todo la pesaba; la Regla…., el trabajo, el silencio y tan frío… el
viento soplando entre los cristales…., la lluvia y el barro…., la falta de sol…
¡El mundo tan lejos, tan lejos!..., y yo mientras tanto, pelando mis nabos sin
pensar en Dios.
Pero todo
pasa, incluso la tentación….; ha pasado el tiempo, ya llegó el descanso, ya se
hizo la luz, ya no me importa si el día está frío, si hay viento, si hay sol.
Lo que me interesa es pelar mis nabos, tranquilo, feliz y contento, mirando a
la Virgen, bendiciendo a Dios.
(S.
Rafael Arnaiz, Saber Esperar)
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