Los jesuitas, cuando queremos hablar de S. Ignacio, decimos “el
magis” ignaciano: magis, una palabra latina que quiere
decir más. S. Ignacio siempre buscaba
lo más: no lo bueno, sino lo mejor; no la gloria de Dios, sino la mayor gloria
de dios; no “servir” a nuestro Señor, sino distinguirse en el servicio a
nuestro Señor. Siempre lo más. Y Segundo nació para “lo más”.
Cuando tuvo quince años le dijo a mi
padre: “Yo quiero ir al seminario: quiero ser sacerdote”. Casi seguro, porque
el párroco del pueblo era el personaje más importante, y Segundo quería ser
importante: “Para quedarme con todos los demás, y ser uno más del pueblo… Aquí,
el que sobresale es el cura, el párroco… ¡Yo voy al seminario!”.
Fue al seminario de la diócesis de
León. Y estando en el seminario llega un jesuita y da Ejercicios a los
seminaristas. Y al hacer los Ejercicios, Segundo dice: “¿Cómo yo me voy a
quedar…? ¡Yo, jesuita!” Estando en el noviciado, pasa por allí un misionero de
China y habla a los novicios: “Ustedes, ¿qué van a hacer en España? En España
el que se condena es porque le da la gana; tiene todos los medios para
salvarse: tiene iglesias, tiene sacerdotes, tiene todo… Pero hay miles y
millones de paganos que no han oído nunca hablar de Jesucristo…”
Esa conversación bastó para que Segundo
dijera: “¡A las misiones!” Y si hay que ir a las misiones, ¿cuál es la más
difícil? En aquel momento Pío XI había escrito que la misión de Alaska era la
tarea más heroica en la Iglesia católica, y Alaska se le metió a Segundo en su
corazón y en el alma y en la ilusión y en los ideales….y ya no era más que ¡Alaska!
(Hermano del P. Segundo Llorente, 40
años en el Círculo Polar)
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