Un día
lluvioso del mes de diciembre; son las tres de la tarde. Es la hora del
trabajo, y como hoy es sábado y hace mucho frío, no se sale al campo. Vamos a trabajar
a un almacén donde se limpian las lentejas, se pelan las patatas, se trituran
las berzas…
El día
está triste, unas nubes muy feas, un viento fuerte. Lo cierto es, que aparte de
lo del frío, que lo noto en mis helados pies y refrigeradas manos, todo esto se
puede decir que casi me lo imagino, pues apenas he mirado a la ventana; la
tarde que hoy parezco es turbia, y turbio me parece todo. Algo me abruma el
silencio, y parece que unos diablillos están empeñados en hacerme rabiar con
una cosa que llamo recuerdos…
En mis
manos han puesto una navaja, y delante de mí un cesto de una especia de
zanahorias blancas muy grandes y que resultan ser nabos. Qué le vamos a hacer,
no hay más remedio que pelarlos. El tiempo pasa lento, y mi navaja también,
entre la corteza y la carne de los nabos que estoy lindamente dejando pelados.
Los diablillos me siguen molestando.
¡Qué haya
yo dejado mi casa para venir aquí con este frío a mondar estos bichos tan feos!
Verdaderamente es algo ridículo esto de pelar nabos con esa seriedad de
magistrado de luto.
Un
demonio pequeñito muy sutil se me escurre muy adentro, y de suaves maneras me
recuerda mi casa, mis padres y hermanos, mi libertad, que he dejado para
encerrarme aquí entre lentejas, patatas, berzas y nabos.
El día
está triste…., no miro a la ventana, pero lo adivino; mis manos están
coloradas, coloradas como los diablillos; mis pies ateridos… ¿y el alma? …
Señor, quizá el alma sufriendo un poquillo… ¡Mas no importa…., refugiémonos en
el silencio!
¿Qué
estoy haciendo? ¡Pelar nabos…, pelar nabos! ¿Para qué?... Y el corazón, dando
un brinco, contesta, medio alocado: “¡Pelo nabos por amor…., por amor a
Jesucristo!”
Ya nada
puedo decir que claramente se puede entender; pero sí diré que allá dentro, muy
dentro del alma, una paz grande vino en lugar de la turbación que antes sentía;
sólo sé decir que el sólo pensar que en el mundo se puedan hacer de las más
pequeñas acciones de la vida actos de amor a Dios…., que el cerrar o abrir un
ojo hecho en su nombre, nos puede hacer ganar el Cielo…., que el pelar unos
nabos por verdadero amor a Dios le puede a Él dar tanta gloria, y a nosotros
tantos méritos como la conquista de las Indias; el pensar que por sólo su
misericordia tengo la enorme suerte de padecer algo por Él…, es algo que llena
de tal modo el alma de alegría, que si en aquellos momentos me hubiera dejado
llevar de mis impulsos interiores, hubiera comenzado a tirar nabos a diestro y
siniestro, tratando de hacer comunicar a las pobres raíces de la tierra la
alegría del corazón…
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