Queridas
consagradas y queridos consagrados:
Os
escribo como Sucesor de Pedro, a quien el Señor Jesús confió la tarea de
confirmar a sus hermanos en la fe (cf. Lc 22,32), y me dirijo a vosotros como
hermano vuestro, consagrado a Dios como vosotros.
Demos
gracias juntos al Padre, que nos ha llamado a seguir a Jesús en plena adhesión
a su Evangelio y en el servicio de la Iglesia, y que ha derramado en nuestros
corazones el Espíritu Santo que nos da alegría y nos hace testimoniar al mundo
su amor y su misericordia.
He
decidido convocar un Año de la Vida Consagrada haciéndome eco del sentir de
muchos y de la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las
Sociedades de vida apostólica, con motivo del 50 aniversario de la Constitución
dogmática Lumen gentium sobre la Iglesia, que en el capítulo sexto trata de los
religiosos, así como del Decreto Perfectae caritatis sobre la renovación de la
vida religiosa. Dicho Año comenzará el próximo 30 de noviembre, primer Domingo
de Adviento, y terminará con la fiesta de la Presentación del Señor, el 2 de
febrero de 2016.
Después
de escuchar a la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las
Sociedades de vida apostólica, he indicado como objetivos para este Año los
mismos que san Juan Pablo II propuso a la Iglesia a comienzos del tercer
milenio, retomando en cierto modo lo que ya había dicho en la Exhortación
apostólica postsinodal Vita consecrata: «Vosotros no solamente tenéis una
historia gloriosa para recordar y contar, sino una gran historia que construir.
Poned los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa para seguir
haciendo con vosotros grandes cosas» (n. 110).
(Carta Apostólica del Santo Padre Francisco a todos los consagrados con ocasión del Año de la Vida Consagrada).
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