Ahora
quisiéramos preguntar sobre todo a vosotros, los jóvenes: ¿conocéis el
pensamiento de Jesús al respecto? En otras palabras: ¿conocéis bien las cosas
por las que rezáis? Oráis por los sacerdotes, por los religiosos, por los
misioneros, pero, ¿conocéis bien las realidades misteriosas y maravillosas del
sacerdocio católico, de la vida consagrada mediante los votos sagrados, de la
dedicación misionera? Si no conocéis
bien estas cosas, ¿cómo podréis amarlas, cómo podréis hacerlas vuestras y
sentirlas como ideales de vida, a los cuales permanecer fieles por siempre?
Pues
bien, el texto evangélico de hoy nos ilumina, con sus estupendas imágenes,
acerca de estos dones de Dios y nos hace comprenderlos mejor.
Cuando
Jesús habla del "pastor" y del "aprisco", se presenta a sí
mismo, pastor bueno, y presenta a la comunidad de creyentes, esto es, su
Iglesia, como aprisco abierto para acoger a toda la humanidad.
Ahora
bien, para comprender el sentido y el valor de la vocación, se requiere
precisamente fijar la mente y el corazón en estas dos realidades: Cristo y la
Iglesia. Aquí se encuentra la luz para acoger y el apoyo para perseverar en la
vocación comprendida en toda su profundidad, libremente escogida, fuertemente
amada.
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