Sin oración no puede haber fuerza para resistir al enemigo
ni para practicar las virtudes cristianas: la oración es para el alma lo que el
fuego para el hierro; cuando el hierro está frío es duro y difícil de trabajar,
pero "puesto al fuego se ablanda y entonces el forjador le da la forma que
desea".
Para
observar los mandamientos y consejos divinos se necesita tener un corazón
blando; es decir, dócil y fácil para recibir las impresiones del Señor; es lo
que Salomón perdía al Dios: "Darás a tu siervo un corazón dócil".
Sólo se
hace blando y dócil el corazón bajo el influjo de la gracia que se le comunica
en la oración, donde se inflama el corazón, se enternece y se convierte en
lugar apto para seguir las voces de Dios. Sin la oración el corazón queda duro,
reacio y acaba en la ruina "El corazón duro acabará mal, y el que ama el
peligro perecerá en él" (Ecl. 3, 27).
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