“Reflexionemos,
pues, juntos a la luz de la fe. Nuestra vida es un don de Dios. Debemos hacer
algo bueno. Hay muchas maneras de gastar bien la vida, poniéndola al servicio
de ideales humanos y cristianos. Si hoy os hablo de consagración total a Dios
es porque Cristo llama a muchos de entre vosotros a esta extraordinaria
aventura. Él necesita, quiere tener necesidad de vuestras personas, de vuestra
inteligencia, de vuestras energías, de vuestra fe, de vuestro amor y de vuestra
santidad. Encontraréis dificultades. ¿Creéis quizá que no las conozco? Os
digo que el amor vence cualquier dificultad. La verdadera respuesta a
cada vocación es obra de amor. La respuesta a la vocación sacerdotal,
religiosa, misionera, puede surgir solamente de un profundo amor a Cristo.
Esta fuerza de amor os la ofrece Él mismo, como don que se añade al don de su
llamada y hace posible vuestra respuesta. Tened confianza en "Aquél que es
poderoso para hacer que copiosamente abundemos más de lo que pedimos
o pensamos" (Ef 3,20). Y, si podéis, dad
vuestra vida con alegría, sin miedo, a Él, que antes dio la suya por
vosotros.”
(San Juan Pablo II)
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