Su padre le obligó a comparecer ante el obispo, quien exhortó al joven a devolver el dinero y a tener
confianza en Dios: "Dios no desea
que su Iglesia goce de bienes injustamente
adquiridos". Francisco obedeció a la letra la orden del obispo y
añadió: "Los vestidos que llevo puestos pertenecen también a mi padre, de
suerte que tengo que devolvérselos". Acto seguido se desnudó y entregó sus
vestidos a su padre, diciéndole: "Hasta ahora tú has sido mi padre en
la tierra. Pero en adelante podré decir: “Padre nuestro, que estás en los
cielos”.' Pedro Bernardone abandonó el palacio episcopal "temblando de
indignación y profundamente lastimado”.
El Obispo regaló a Francisco un
viejo vestido de labrador, que pertenecía a uno de sus siervos. Francisco
recibió la primera limosna de su vida con gran agradecimiento, trazó la señal
de la cruz sobre el vestido con un trozo de tiza y se lo puso.
Un día, el evangelio de la misa
decía: "Id a predicar, diciendo: El Reino de Dios ha llegado... Dad
gratuitamente lo que habéis recibido gratuitamente... No poseáis oro... ni dos
túnicas, ni sandalias, ni báculo ...He aquí que os envío como corderos en medio
de los lobos..." (Mat.10 , 7-19). Estas palabras penetraron hasta lo más
profundo en el corazón de Francisco y éste, aplicándolas literalmente, regaló
sus sandalias, su báculo y su cinturón y se quedó solamente con la pobre túnica
ceñida con un cordón. Tal fue el hábito que dio a sus hermanos un año más
tarde: la túnica de lana burda de los pastores y campesinos de la región.
Vestido en esa forma, empezó a exhortar a la penitencia con tal energía, que
sus palabras hendían los corazones de sus oyentes. Cuando se topaba con alguien
en el camino, le saludaba con estas palabras: "La paz del Señor sea
contigo".
No hay comentarios:
Publicar un comentario