«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en
Dios, mi Salvador, porque ha
mirado la humillación de su esclava.
Desde
ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el
Todopoderoso ha hecho cosas grandes por mí:
¡su
Nombre es santo! y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
Él hace
proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón,
derriba
del trono a los poderosos y enaltece a
los humildes, a los hambrientos
los colma de bienes y
a los ricos los despide vacios.
Auxilia
a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia, como lo
había prometido a nuestros padres, en
favor de Abraham y de su descendencia por siempre.
(Lc. 1, 46-55)
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