El encuentro con la muerte le dio nueva vida.
El mismo año que fue
nombrado Virrey de Cataluña, Francisco recibió la misión de conducir
a la sepultura real de Granada los restos mortales de la emperatriz Isabel. Él
la había visto muchas veces rodeada de
aduladores y de todas las riquezas de la corte. Al abrir el ataúd para
reconocer el cuerpo, la cara de la difunta estaba ya en proceso de descomposición. Francisco
entonces tomó su famosa resolución: « ¡no servir nunca más a un señor
que pudiese morir!"» Comprendió profundamente la caducidad de la vida terrena.
Después de la muerte de su esposa, en 1546, que acabó de desligarlo del mundo, entró en la Compañía de Jesús, de la que llegó a ser superior general.
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