A lo
largo de todo nuestro viaje nos hospedamos en hoteles principescos. Nunca me
había visto en medio de tanto lujo. Es el caso de decir, en verdad, que la
riqueza no hace la felicidad, pues yo me habría sentido mucho más feliz bajo un
techo de paja con la esperanza del Carmelo, que entre artesonados de oro,
escaleras de mármol blanco y tapices de seda con la amargura en el corazón…
Comprendí muy bien que la dicha no se halla en los objetos que nos rodean, sino
en lo más íntimo del alma: se la puede poseer lo mismo en una prisión que un
palacito. ¡La prueba es que yo soy mucho más dichosa hoy en el Carmelo, aun en
medio de mis sufrimientos interiores y exteriores, que entonces en el mundo,
cuando me veía rodeada de todas las comodidades de la vida y, sobre todo, de
las dulzuras del hogar paterno!
(Historia de un alma. Relato autobiográfico de Santa Teresita
del Niño Jesús).
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