Nos recibió el Sr. Révérony, secretario del Obispo. Viendo
brillar las lágrimas en mis ojos, añadió: “¡Ah, veo diamantes!... ¡No hay que
enseñárselos a Monseñor!”.
Monseñor me preguntó si hacía mucho
tiempo que deseaba entrar en el Carmelo:
--¡Oh, sí, Monseñor, hace mucho
tiempo…!
--Veamos –replicó riendo el Sr.
Révérony- no diréis que hace quince años
que tenéis ese deseo.
--Desde luego – respondí yo sonriendo
también- pero no hay que quitar muchos años, porque deseé hacerme religiosa
desde el primer despertar de mi razón, y deseé el Carmelo desde que lo conocí
bien, porque me parecía que en esta orden se verían cumplidas todas las
aspiraciones de mi alma.
Monseñor, creyendo agradar a papá,
trató de hacerme permanecer todavía algunos años cerca de él. Por eso, no quedó
poco sorprendido y edificado al verle
abogar por mí, intercediendo para que yo obtuviese el permiso de volar a los
quince años.
El Sr. Révérony dijo a papá que nunca
se había visto cosa parecida: “¡Un padre tan impaciente por entregar su hija a
Dios como ésta por ofrecerse ella misma!”.
(Historia de un alma. Relato autobiográfico de Santa Teresita
del Niño Jesús).
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