Cuando se piensa que ni la Santísima Virgen
puede hacer lo que un sacerdote.
Cuando se piensa que ni los ángeles ni los
arcángeles, ni Miguel ni Gabriel ni Rafael, ni príncipe alguno de aquellos que
vencieron a Lucifer pueden hacer lo que un sacerdote.
Cuando se piensa que Nuestro Señor
Jesucristo en la última Cena realizó un milagro más grande que la creación del
Universo con todos sus esplendores y fue el convertir el pan y el vino en su
Cuerpo y su Sangre para alimentar al mundo, y que este portento, ante el cual
se arrodillan los ángeles y los hombres, puede repetirlo cada día un sacerdote.
Cuando se piensa en el otro milagro que
solamente un sacerdote puede realizar: perdonar los pecados y que lo que él ata
en el fondo de su humilde confesionario, Dios obligado por su propia palabra,
lo ata en el cielo, y lo que él desata, en el mismo instante lo desata Dios.
(Hugo Wast, Devocionario Católico)
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