El gran
modelo de nuestra consagración total a Cristo es la Santísima Virgen.
Si queremos comprender un poco la
virginidad de María tenemos que partir de este punto: la Virgen, desde su
concepción destinada a ser Madre de Dios, era objeto de un amor de predilección
de parte de Dios que no podemos concebir.
Dios alrededor de ella constituía como
un cerco amoroso que le hacía penetrar sensiblemente la delicadeza de su amor.
Y ella lo sentía y tendía a Dios con toda la sublimidad y sencillez de la
tendencia total.
La mayor parte de las vírgenes
cristianas entienden esta infiltración amorosa de Dios con sólo echar una
mirada sobre sí mismas. Porque aun ahora Dios lo hace muchas veces.
Hay muchas almas que ha escogido desde pequeñas con amor, y es
celoso de que el corazón de esas jóvenes no sea para ningún otro. A pesar de
que nosotros muchas veces les damos consejos de que tienen que vivir la vida de
hoy para que sean “normales”, porque todo lo demás es complejo, anormal,
atentando así contra la vida de la gracia.
(En el Corazón de Cristo, P. Mendizábal).
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