«El
amor de Cristo nos apremia» (2 Co 5,14). En la primera lectura de hoy,
san Pablo nos dice que el amor que estamos llamados a proclamar es un amor
reconciliador, que brota del corazón del Salvador crucificado. Estamos llamados
a ser «embajadores de Cristo» (2 Co 5,20). El nuestro es un ministerio
de reconciliación. Proclamamos la Buena Nueva del amor infinito, de la
misericordia y de la compasión de Dios. Proclamamos la alegría del Evangelio.
Pues el Evangelio es la promesa de la gracia de Dios, la única que puede traer
la plenitud y la salvación a nuestro mundo quebrantado. Es capaz de inspirar la
construcción de un orden social verdaderamente justo y redimido.
Ser
embajador de Cristo significa, en primer lugar, invitar a todos a un renovado
encuentro personal con el Señor Jesús, nuestro encuentro personal con él. Esta
invitación debe estar en el centro de vuestra conmemoración de la
evangelización de Filipinas. Pero el Evangelio es también una llamada a la
conversión, a examinar nuestra conciencia, como personas y como pueblo. Como
los obispos de Filipinas han enseñado justamente, la Iglesia en Filipinas está
llamada a reconocer y combatir las causas de la desigualdad y la injusticia,
profundamente arraigadas, que deforman el rostro de la sociedad filipina, contradiciendo
claramente las enseñanzas de Cristo. El Evangelio llama a cada cristiano a
vivir una vida de honestidad, integridad e interés por el bien común. Pero
también llama a las comunidades cristianas a crear «ambientes de integridad»,
redes de solidaridad que se extienden hasta abrazar y transformar la sociedad
mediante su testimonio profético.
(Papa
Francisco en Sri Lanka, Enero 2015)
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