«¿Me
amas?... Apacienta mis ovejas» (Jn 21,15-17). Las palabras de Jesús a
Pedro en el Evangelio de hoy son las primeras que os dirijo, queridos hermanos
obispos y sacerdotes, religiosos y religiosas y jóvenes seminaristas. Estas
palabras nos recuerdan algo esencial. Todo ministerio pastoral nace del amor...
nace del amor. La vida consagrada es un signo del amor reconciliador de Cristo.
Al igual que santa Teresa de Lisieux, cada uno de nosotros, en la diversidad de
nuestras vocaciones, está llamado de alguna manera a ser el amor en el corazón
de la Iglesia.
Os
saludo a todos con gran afecto. Y os pido que hagáis llegar mi afecto a todos
vuestros hermanos y hermanas ancianos y enfermos, y a todos aquellos que no han
podido estar aquí con nosotros hoy. Ahora que la Iglesia en Filipinas mira
hacia el quinto centenario de su evangelización, sentimos gratitud por el
legado que han dejado tantos obispos, sacerdotes y religiosos de generaciones
pasadas. Ellos trabajaron, no sólo para predicar el Evangelio y edificar la
Iglesia en este país, sino también para forjar una sociedad animada por el
mensaje del Evangelio de la caridad, el perdón y la solidaridad al servicio del
bien común. Hoy vosotros continuáis esa obra de amor. Como ellos, estáis
llamados a construir puentes, a apacentar las ovejas de Cristo, y preparar caminos
nuevos para el Evangelio en Asia, en los albores de una nueva era.
(Papa
Francisco en Sri Lanka, Enero 2015)
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