Es la festividad del Corpus Christi de 1841. Primero canta la
Misa, después hace la procesión del Cuerpo de Cristo entre los cantos y
alabanzas de las buenas gentes.
Por la noche, después de tanto ajetreo y felicitaciones, se
quedan solos, como en las solemnes ocasiones de su vida, la madre y el hijo.
Apenas hablan. Juan coge las manos de su madre y se las besa. Margarita hace lo
mismo con las de su hijo, ya sacerdote. Una emoción inenarrable cruza las almas
de los dos. Mamá Margarita acerca un poco más la silla a la del hijo:
-- Ya eres sacerdote, Juan. Ya dices Misa. De hoy en adelante
estás más cerca de Jesús. Recuerda siempre que empezar a decir Misa es empezar
a sufrir. Poco a poco te darás cuenta de que es la verdad… ¿Qué quieres que te
diga, Juan? Estoy segura de que rezarás por mí siempre, esté viva o muerta.
Esto me basta. Tú, desde hoy, piensa sólo en las almas, no pienses en mí.
Juan no sabe qué contestar a palabras tan sabias. Vuelve a
acercar las manos de su madre a los labios y las vuelve a besar.
(Don Bosco, un amigo del alma).
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