3. Los religiosos y las religiosas, al igual que todas las
demás personas consagradas, están llamadas a ser «expertos en comunión». Espero,
por tanto, que la «espiritualidad de comunión», indicada por San Juan
Pablo II, se haga realidad y que vosotros estéis en primera línea para acoger
«el gran desafío que tenemos ante nosotros» en este nuevo milenio: «Hacer de la
Iglesia la casa y la escuela de la comunión». Estoy seguro de que este Año
trabajaréis con seriedad para que el ideal de fraternidad perseguido por los
fundadores y fundadoras crezca en los más diversos niveles, como en círculos
concéntricos.
La comunión se practica ante todo en las respectivas
comunidades del Instituto. A este respecto, invito a releer mis frecuentes
intervenciones en las que no me canso de repetir que la crítica, el chisme, la
envidia, los celos, los antagonismos, son actitudes que no tienen derecho a
vivir en nuestras casas. Pero, sentada esta premisa, el camino de la caridad
que se abre ante nosotros es casi infinito, pues se trata de buscar la acogida
y la atención recíproca, de practicar la comunión de bienes materiales y
espirituales, la corrección fraterna, el respeto para con los más débiles... Es
«la mística de vivir juntos» que hace de nuestra vida «una santa
peregrinación». También debemos preguntarnos sobre la relación entre
personas de diferentes culturas, teniendo en cuenta que nuestras comunidades se
hacen cada vez más internacionales. ¿Cómo permitir a cada uno expresarse, ser
aceptado con sus dones específicos, ser plenamente corresponsable?
También espero que crezca la comunión entre los miembros de
los distintos Institutos. ¿No podría ser este Año la ocasión para salir con más
valor de los confines del propio Instituto para desarrollar juntos, en el
ámbito local y global, proyectos comunes de formación, evangelización,
intervenciones sociales? Así se podrá ofrecer más eficazmente un auténtico testimonio
profético. La comunión y el encuentro entre diferentes carismas y vocaciones es
un camino de esperanza. Nadie construye el futuro aislándose, ni sólo con sus
propias fuerzas, sino reconociéndose en la verdad de una comunión que siempre
se abre al encuentro, al diálogo, a la escucha, a la ayuda mutua, y nos
preserva de la enfermedad de la autoreferencialidad.
Al mismo tiempo, la vida consagrada está llamada a buscar una
sincera sinergia entre todas las vocaciones en la Iglesia, comenzando por los
presbíteros y los laicos, así como a «fomentar la espiritualidad de la
comunión, ante todo en su interior y, además, en la comunidad eclesial misma y
más allá aún de sus confines».
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