Por lo tanto, para decidir
la vocación es necesario traer a la mente el momento de la muerte; desde allí
se ve lo que es realidad y lo que es vanidad. Es necesario ver nuestras
verdaderas ventajas; no las cosas transitorias y caducas, sino las reales y
eternas. ¡Oh, qué afortunado es el joven! Sí, no puedo disimularlo, ¡qué
afortunado es el joven cuando, tratándose de conocer la propia vocación,
encuentra alguna persona santa que le sepa indicar exactamente lo que el Señor
quiere de él, que sepa hacerle considerar el punto de la vocación desde el
punto de la muerte! Que sepa hacerle ver que si se equivoca, es para él un mal
eterno; que sepa hacerle considerar el “y después”…
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