2. Espero que «despertéis al mundo», porque la nota que
caracteriza la vida consagrada es la profecía. Como dije a los Superiores
Generales, «la radicalidad evangélica no es sólo de los religiosos: se exige a
todos. Pero los religiosos siguen al Señor de manera especial, de modo
profético». Esta es la prioridad que ahora se nos pide: «Ser profetas como
Jesús ha vivido en esta tierra... Un religioso nunca debe renunciar a la
profecía».
El profeta recibe de Dios la capacidad de observar la historia
en la que vive y de interpretar los acontecimientos: es como un centinela que
vigila por la noche y sabe cuándo llega el alba (cf. Is 21,11-12).
Conoce a Dios y conoce a los hombres y mujeres, sus hermanos y hermanas. Es
capaz de discernir, y también de denunciar el mal del pecado y las injusticias,
porque es libre, no debe rendir cuentas a más amos que a Dios, no tiene otros
intereses sino los de Dios. El profeta está generalmente de parte de los pobres
y los indefensos, porque sabe que Dios mismo está de su parte.
Espero, pues, que mantengáis vivas las «utopías», pero que
sepáis crear «otros lugares» donde se viva la lógica evangélica del don, de la
fraternidad, de la acogida de la diversidad, del amor mutuo. Los monasterios,
comunidades, centros de espiritualidad, «ciudades», escuelas, hospitales, casas
de acogida y todos esos lugares que la caridad y la creatividad carismática han
fundado, y que fundarán con mayor creatividad aún, deben ser cada vez más la
levadura para una sociedad inspirada en el Evangelio, la «ciudad sobre un
monte» que habla de la verdad y el poder de las palabras de Jesús.
A veces, como sucedió a Elías y Jonás, se puede tener la
tentación de huir, de evitar el cometido del profeta, porque es demasiado
exigente, porque se está cansado, decepcionado de los resultados. Pero el
profeta sabe que nunca está solo. También a nosotros, como a Jeremías, Dios nos
asegura: «No tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte» (1,8).
No hay comentarios:
Publicar un comentario