Dejad que os diga también
esto: aun sobre esta tierra, el que quiere que nada le falte, y aun tener honor
y gloria, hágase religioso, pero buen religioso. Os contaré algún hecho y
tocaréis con la mano esta verdad. Pongamos como ejemplo a D. Juan Cagliero: si
no hubiese entrado en la Congregación concedamos que sería un buen sacerdote,
un celoso eclesiástico, un maestro de música. Pero ved: renunció a toda gloria
mundana, se retiró entre nosotros; y bien mirado, la gloria, de la que él huía,
le ha seguido y la ha alcanzado mucho más grande, tanto que ahora casi todos
los periódicos, no solo de Italia, sino aun de Francia, España, Alemania,
Inglaterra, hablan de él y le califican como excelente maestro de música, como
compositor, como un gran predicador, como profesor de Teología… Y sin venir a
la Congregación no habría tenido, ciertamente, nada de esto.
Otros, por ejemplo, Gioia
y Belmonte: el primero llegaría a ser remendón, y el segundo un pobre
doméstico. Se consagraron al Señor, y también ellos recibieron muchos honores
en Roma del Papa, de cardenales y monseñores. Después, por esta partida para
América, ¡cuántos elogios en todos los periódicos y de todas las buenas
personas!
Nosotros habríamos sido
pobres en el mundo; ahora, si caigo enfermo, tengo casas, fincas, castillos en
todo lugar, donde el aire me haga bien; con domésticos en todas partes, buenos
y fieles, prontos a servirme; cosas que ni los reyes tienen.
¿Pienso yo deciros ahora
que os hagáis religiosos para adquirir fama, comodidades y riquezas? De ningún
modo, sino que os he dicho estas cosas, y deseo que las tengáis bien presentes,
ya porque nos hacen admirar la bondad y largueza del Señor, que da el centuplum
también en este mundo de todo lo que se hace por Él, ya porque especialmente
nosotros nos encontramos en medio del mundo y debemos hablar con gente del
mundo, que no entienden otras razones, y podremos con éstas ponerlos en camino
para que miren los intereses que les importan.
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