Si mi corazón, sensible y amoroso, hubiera encontrado un
corazón capaz de comprenderlo, se habría entregado a él fácilmente… Intente
trabar amistad con algunas jovencitas de mi edad, sobre todo con dos de ellas.
Las amaba y, por su parte, ellas me amaban a mí, en la medida en que eran capaces de hacerlo. Pero ¡ay! ¡¡Qué
estrecho y veleidoso es el corazón de las criaturas!! Pronto comprendí que mi
amor era incomprendido.
Viendo que Celina se aficionaba a una de nuestras profesoras,
quise imitarla; pero no lo conseguí, por no saber ganarme la simpatía de las
criaturas. ¡Oh, feliz ignorancia, cuán grandes males me ha evitado!
¡Cuántas gracias doy a Jesús por haber permitido que no
hallase más que amargura en las amistades de la tierra!
(Historia de un alma. Relato autobiográfico
de Santa Teresita del Niño Jesús).
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