La mañana
del 23 de julio de 1992, un numeroso grupo de militares serbios llegan al
pueblo y se lleva a los 106 hombres católicos de la aldea, entre ellos al padre Ilijo Arlovic, sacerdote de
varias de las aldeas cercanas en Bosnia.
Durante dos semanas, el padre Ilijo y
sus feligreses viven un auténtico infierno.
--Padre Ilijo, ¿qué recuerda de aquellos días?
--Recibí
más de 300 golpes con un bate de béisbol. Me tiraban al suelo cada noche y
literalmente bailaban sobre mi cuerpo cantando canciones marxistas. Me
aplastaron. Me fracturaron siete costillas y me dislocaron varias vértebras.
Pero eso no fue lo peor. En una aldea cercana, pequeña, asesinaron en una
mañana a los 77 fieles católicos de la parroquia, todos ellos de entre 14 y 75
años. Familias enteras, mujeres, ancianos y niños de la misma casa. Lo más doloroso que recuerdo de aquello es no
haber muerto con ellos, con mis feligreses.
--¿Qué pasó cuando usted fue liberado?
--Al
terminar la guerra yo volví a aquel pueblo y no quedaba nadie. Las casas
estaban destruidas y la iglesia incendiada. Ahora solo hay un cementerio con 77
tumbas. Y recuerdo cómo años después, vino a mí uno de los delatores de mis
feligreses, uno de los que señaló con el dedo las puertas de las csasas de los
católicos. Vino porque durante la posguerra se pasaba hambre y él necesitaba
trabajo. Y yo se lo di.
--¿Le
perdonó?
--Sí.
Le perdoné poque soy sacerdote de Jesucristo y Él me enseñó a pedonar a mis
asesinos y torturadores. Si no le hubiese perdonado, no sería sacerdote de
Jescristo.
--Padre
Ilijo, ¿y ha olvidado?
-- No.
Eso es imposible. Me gustaría olvidar todo aquello, de veras, pero las
pesadillas no me dejan. Es suficiente con haber perdonado.
(Jesús García, Ayuda a la Iglesia Necesitada).
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