Hay en la comunidad una hermana que tiene el don de
disgustarme en todo. Sus modales, sus palabras, su carácter, todo en ella me
desagrada en gran manera. Sin embargo, se trata de una santa religiosa, que
debe ser muy agradable a Dios.
Por eso, no queriendo ceder a la antipatía natural que
experimentaba, me dije a mí misma que la caridad no debía consistir en los
sentimientos, sino en las obras. Entonces, me apliqué a portarme con dicha
hermana como lo hubiera hecho con la persona a la que más quiero. Cada vez que
me la encontraba, pedía por ella a Dios, ofreciéndole todas sus virtudes y sus
méritos.
Me daba perfecta cuenta de que esto agradaba a Jesús, pues no
hay artista a quien no le guste recibir alabanzas por sus obras. Y a Jesús, el
Artista de las almas, le complace que en lugar de detenernos en lo exterior,
penetremos en el santuario íntimo que él se ha escogido por morada, y admiremos
su belleza.
(Santa Teresita del Niño Jesús. Manuscrito dirigido a la Madre
María Gonzaga).
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