Queridísimos
jóvenes, comprendéis que os hablo de cosas muy importantes. Se trata de dedicar
la vida entera al servicio de Dios y de la Iglesia, de hacerlo con fe segura,
con convicción madura y decisión libre, con generosidad a toda prueba y sin
arrepentimiento.
Abrid
vuestro corazón al encuentro gozoso con Cristo. Pedid consejo. La Iglesia de
Jesús debe continuar su misión en el mundo. Al hablaros de la vocación y al
insistiros en seguir este camino, soy yo el humilde y apasionado servidor de
aquel amor, que movía a Cristo cuando llamaba a los discípulos a seguirle.
Estad
seguros de que si le escuchaseis y le siguieseis os sentiríais llenos de gozo y
alegría. Sed generosos, tened valor y recordad su promesa: “mi yugo es suave y
mi carga ligera”.
Jóvenes:
Cristo necesita de vosotros y os llama para ayudar a millones de hermanos
vuestros a salvarse. Abrid vuestro corazón a Cristo, a su ley de amor; sin
condicionar vuestra disponibilidad, sin miedos a respuestas definitivas, porque
el amor y la amistad no tienen ocaso.
(S.
Juan Pablo II)
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