“La vida
eterna, por la que el alma suspira día y noche, no se consigue más que por la
renuncia, el sacrificio y abrazándose a la Cruz de Cristo.
Luchemos
día tras día sin desanimarnos, unas veces con el alma arrobada en su amor, y
otras, triste condición humana, caminando al ras del suelo.
Me he
dado cuenta de que la verdadera mortificación es hacer lo que no gustas, ni
deseas, aunque tus deseos te parezcan santos y buenos”.
(Saber Esperar, S. Rafael Arnaiz.)
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