En línea
con el Concilio Vaticano II acerca del Orden de los presbíteros y su formación,
y deseando aplicar concretamente a las diversas situaciones esa rica y probada
doctrina, la Iglesia ha afrontado en muchas ocasiones los problemas de la vida,
ministerio y formación de los sacerdotes.
También
en otras muchas ocasiones el Magisterio de la Iglesia ha seguido manifestando
su solicitud por la vida y el ministerio de los sacerdotes. Se puede decir que
en los años postconciliares no ha habido ninguna intervención magisterial que,
en alguna medida, no se haya referido, de modo explícito o implícito, al
significado de la presencia de los sacerdotes en la comunidad, a su misión y su
necesidad en la Iglesia y para la vida del mundo.
En estos
últimos años y desde varias partes se ha insistido en la necesidad de volver
sobre el tema del sacerdocio, afrontándolo desde un punto de vista
relativamente nuevo y más adecuado a las presentes circunstancias eclesiales y
culturales. La atención ha sido puesta no tanto en el problema de la identidad
del sacerdote cuanto en problemas relacionados con el itinerario formativo para
el sacerdocio y con el estilo de vida de los sacerdotes. En realidad, las
nuevas generaciones de los que son llamados al sacerdocio ministerial presentan
características bastante distintas respecto a las de sus inmediatos
predecesores y viven en un mundo que en muchos aspectos es nuevo y que está en
continua y rápida evolución. Todo esto debe ser tenido en cuenta en la programación
y realización de los planes de formación para el sacerdocio ministerial.
Además,
los sacerdotes que están ya en el ejercicio de su ministerio, parece que hoy
sufren una excesiva dispersión en las crecientes actividades pastorales y,
frente a la problemática de la sociedad y de la cultura contemporánea, se
sienten impulsados a replantearse su estilo de vida y las prioridades de los
trabajos pastorales, a la vez que notan, cada vez más, la necesidad de una
formación permanente.
Por ello,
la atención y las reflexiones del Sínodo de los Obispos de 1990 se ha centrado
en el aumento de las vocaciones para el presbiterado; en la formación básica
para que los candidatos conozcan y sigan a Jesús, preparándose a celebrar y
vivir el sacramento del Orden que los configura con Cristo, Cabeza y Pastor,
Siervo y Esposo de la Iglesia; en el estudio específico de los programas de
formación permanente, capaces de sostener, de una manera real y eficaz, el
ministerio y vida espiritual de los sacerdotes.
(Fragmento
de la Introducción de la Exhortación Apostólica postsinodal "Pastores dabo
vobis").
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