En otra ocasión, estaba en el lavadero, enfrente de una
hermana que me salpicaba de agua sucia la cara cada vez que golpeaba los
pañuelos contra su banca.
Mi primer impulso fue echarme para atrás y enjugarme el
rostro, a fin de hacer ver a la hermana que me asperjaba que me haría un gran
favor obrando con más suavidad. Pero en seguida pensé que era bien tonta al
rehusar unos tesoros que tan generosamente se me daban, y me guardé de
manifestar mi lucha interior.
Me esforcé por sentir el deseo de recibir en la cara mucha
agua sucia, de suerte que acabó por gustarme aquel nuevo género de aspersión, y
me prometí a mí misma volver otra vez a aquel sitio afortunado en el que tantos
tesoros se recibían.
Ya veis, Madre amantísima, que soy un alma muy pequeña que
sólo puede ofrecer a Dios cosas muy pequeñas. Y aún me sucede muchas veces
dejar escapar algunos de estos pequeños sacrificios, que tanta paz llevan al
alma. Pero no me desanimo por eso; me resigno a tener un poco menos de paz y
procuro estar más alerta en otra ocasión.
(Santa Teresita del Niño Jesús. Manuscrito dirigido a la Madre
María Gonzaga).
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