En aquella consagración a Jesucristo pidió la virgen que su
función se perpetuase en el mundo.
Esa función se perpetúa en el sacerdocio y en la vida
virginal: personas dedicadas exclusivamente al cuidado de Jesucristo, exclusivamente a acoger la palabra de Dios y
a hacer que se encarne en ellas mismas, a fomentar la palabra de Dios y a darla
a los hombres.
María es así Madre de vírgenes y regeneradora de vírgenes.
Madre de vírgenes, por su oración, Madre de vírgenes por la inspiración
de su amor. Tiene cuidado de que existan corazones virginales.
Y es también regeneradora de vírgenes. Cuando algún corazón,
por desgracia suya y quizás por negligencia y aún por mala intervención
nuestra, ha perdido esa virginidad, la Virgen todavía regenera vírgenes.
Tenemos un ejemplo bien hermoso en S. Ignacio de Loyola. S.
Ignacio, hombre dado a las vanidades de este mundo en una vida de soldado desagarrada
y vana. En Loyola tiene aquella visita de la Virgen, de la cual él decía que no se atrevía a decir que había
sido verdadera visión de la Virgen, aunque por los efectos le parecía que sí. Y
en aquella intervención de la Virgen, sea por visión real o no, al fin y al
cabo una gracia de la Señora, siente S. Ignacio que le quitan de la mente las
reliquias de todos los pecados de impureza y se queda con un alma pura, tersa.
La obra de la Virgen, regeneradora de la pureza.
(En el Corazón de Cristo, P. Mendizábal).
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