Como
para mí Segundo fue siempre una inspiración y un ideal, en 1953 sentí la
necesidad de verlo y saber dónde estaba y qué hacía. Así, me lancé a una bonita
epopeya. Al final de un largo y difícil viaje lo encontré en Alaska.
Yo que venía de La Habana, le pregunté: “Pero Segundo, ¿qué
haces tú aquí? ¿Tú quieres salvar almas? Ven… Allí hay 15.000 almas que salvar.
Oye, ¿las almas de los cubanos valen lo mismo que las de los eskimales por lo
menos, no?”
Me contestó: “¡Cómo nos gusta a nosotros decir que la Iglesia
es católica, universal, que tiene que estar en todas partes! Los eskimales
también son hijos de Dios, y a mí me ha tocado el privilegio de ser su
misionero. Aquí está la Iglesia católica, gracias a nosotros los misioneros.”
(Hermano del P. Segundo Llorente, 40 años en el Círculo Polar)
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