Una
vocación en la Iglesia, desde el punto de vista humano, comienza con
descubrimiento: encontrar la perla de gran valor. Vosotros habéis descubierto a
Jesús: su persona, su mensaje, su llamada. Después del inicial descubrimiento,
sobreviene un dialogo en la oración, un diálogo entre Jesús y el que ha sido
llamado, un diálogo que va mas allá de las palabras y se expresa en el amor.
Ciertas
experiencias de entusiasmo religioso que a veces concede el Señor son únicamente
gracias iniciales y pasajeras que tienen por objeto empujar hacia una decidida
voluntad de conversión caminando con generosidad en fe, esperanza y amor.
La
llamada del hombre está primero en Dios: en su mente y en la elección
que Dios mismo realiza y que el hombre tiene que leer en su propio corazón. Al
percibir con claridad esta vocación que viene de Dios, el hombre experimenta la
sensación de su propia insuficiencia. Trata incluso de defenderse ante
la responsabilidad de la llamada. Y así, como sin querer, la llamada se
convierte en el fruto de un dialogo interior con Dios y es, incluso, hasta a
veces como el resultado de una batalla con El.
Ante
las reservas y dificultades que con la razón el hombre opone, Dios aporta el poder
de su gracia. Y con el poder de esta gracia consigue el hombre la
realización de su llamada.
(S. Juan Pablo II)
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