Luego
procura el enemigo con la segunda arma, es a saber, con la jactancia o gloria
vana, dándole a entender que en él hay mucha bondad o santidad, poniéndole en
más alto lugar de lo que merece. Si el siervo del Señor resiste a estas
flechas, resiste con humillarse y bajarse, no consintiendo ser tal cual el
enemigo, trae la tercera arma, que es de falsa humildad, es a saber: como ve al
siervo del Señor tan bueno y tan humilde, que, haciendo lo que el Señor manda,
piensa que aun todo es inútil, y mira sus flaquezas y no gloria alguna, pónele
en el pensamiento que, si alguna cosa halla de lo que Dios Nuestro Señor le ha
dado, así en obra como en propósitos y deseos, que peca por otra especie de
gloria vana, porque habla en su favor propio. Así procura que no hable de cosas
buenas recibidas de su Señor, porque no haga ningún fruto en otros, ni en sí
mismo, tanto porque acordándose de lo que ha recibido, siempre se ayuda para
mayores cosas, aunque este hablar debe ser con mucha mesura, y movido por el
mayor provecho de ellos, digo de sí mismo y de los otros, si halla tal aparejo,
y creyendo serán crédulos y aprovechados; así en hacernos humilde, procura de
traernos en falsa humildad, es a saber, a una extrema y viciada humildad.
(S. Ignacio de Loyola, P. Casanova).
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