Los Institutos Seculares han de ser encuadrados en la
perspectiva en que el Concilio Vaticano II ha presentado la Iglesia, como una
realidad viva, visible y espiritual al mismo tiempo, que vive y se desarrolla
en la historia, compuesta de muchos miembros y de órganos diferentes, pero
íntimamente unidos y comunicándose entre sí, partícipes de la misma fe, de la
misma vida, de la misma misión, de la misma responsabilidad de la Iglesia y,
sin embargo, diferenciados por un don, por un carisma particular del Espíritu
vivificante, concedido no sólo en beneficio personal, sino también de toda la
comunidad. El aniversario de la Provida Mater Ecclesia que quiso expresar y
aprobar vuestro particular carisma os invita, pues, según la indicación del
Concilio, al «retorno a las fuentes de toda vida cristiana y a la primitiva
inspiración de los Institutos», a comprobar vuestra fidelidad al carisma
originario y propio de cada uno.
Si nos preguntamos cuál ha sido el alma de cada Instituto
Secular que ha inspirado su nacimiento y su desarrollo, debemos responder: el
anhelo profundo de una síntesis; el deseo ardiente de la afirmación simultánea
de dos características: 1) la total consagración de la vida según los consejos
evangélicos, y 2) la plena responsabilidad de una presencia y de una acción
transformadora desde dentro del mundo para plasmarlo, perfeccionarlo y
santificarlo. Por un lado, la profesión de los consejos evangélicos -forma
especial de vida que sirve para alimentar y testimoniar aquella santidad a que
todos los fieles están llamados- es signo de la perfecta identificación con la
Iglesia, mejor, con su Señor y Maestro y con la finalidad que Él le ha
confiado. Por otro lado, permanecer en el mundo es señal de la responsabilidad
cristiana del hombre salvado por Cristo y, por tanto, empeñado en «iluminar y
ordenar todas las realidades temporales..., a fin de que se realicen y
prosperen según el espíritu de Cristo, y sean para alabanza del Creador y
Redentor».
En este marco, no puede menos de verse la profunda y
providencial coincidencia entre el carisma de los Institutos Seculares y una de
las líneas más importantes y más claras del Concilio: la presencia de la
Iglesia en el mundo. Efectivamente, la Iglesia ha acentuado vigorosamente los
diferentes aspectos de sus relaciones con el mundo: ha recalcado que forma
parte del mundo, que está destinada a servirlo, que debe ser su alma y su
fermento, porque está llamada a santificarlo, a consagrarlo y a reflejar en él
los valores supremos de la justicia, del amor y de la paz."
(Discurso a los responsables generales y miembros de los Institutos Seculares en el XXV
Aniversario de la "Provida Mater Ecclesia" S. S. Pablo VI,
2 de febrero de 1972)
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