Es fácil ser coherente
por un día o algunos días. Difícil e importante es ser coherente toda la vida.
Es fácil ser coherente a la hora de la exaltación, difícil serlo a la hora de
la tribulación. Y sólo puede llamarse fidelidad a una coherencia que dure toda
la vida.
Su llamada es una
declaración de amor. Vuestra respuesta es entrega, amistad, amor manifestado en
la donación de la propia vida, como seguimiento definitivo. Ser fieles a Cristo
es amarlo con toda el alma y con todo el corazón de forma que ese amor sea la
norma y el motor de todas nuestras acciones.
La fidelidad de Cristo
alcanza en la Cruz su máxima y culminante expresión. De ahí que sea
imprescindible la renuncia y la mortificación. Sin una ascética exigente y sin
una disponibilidad para servirle profundamente enraizada en vuestro corazón,
sin el hábito del olvido de sí, sería imposible amar de veras y ocuparse solo
de los intereses de Cristo.
Permitidme que os abra
mi corazón para deciros que la principal preocupación ha de ser la fidelidad,
la lealtad a la propia vocación, como discípulo que quiere seguir al Señor con
una entrega total y con una disponibilidad apostólica sin condicionamientos ni
fronteras. Sólo a la luz de esta entrega se pueden afrontar los demás
problemas.
(S. Juan Pablo II)
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