Cuantos han hecho profesión de pasar una vida oculta apartados
del estrépito y de las locuras del mundo, de tal forma que no sólo contemplen
con toda atención los divinos misterios y las verdades eternas, y pidan, en las
preces que dirijan a Dios con fervor y constancia, que florezca su reino y se
extienda cada día más, sino también que satisfagan y expíen con la penitencia
del alma y del cuerpo, que les esté prescrita o voluntaria, las culpas, no tanto
las propias como las ajenas, ésos, ha de decirse en verdad, que eligieron la
mejor parte, como María de Betania. Porque no hay ninguna otra condición y modo
de vivir más perfecto que pueda proponerse a los hombres, para que lo elijan y
abracen, cuando el Señor verdaderamente les llame; pues, de la unión
estrechísima con Dios y de la santidad interior de los que practican
silenciosamente en los claustros la vida solitaria, se mantiene radiante la
aureola de esa santidad, que la Esposa inmaculada de Cristo Jesús ofrece a
todos para que la contemplen e imiten.
Fácilmente se comprende, pues, que contribuyen mucho más al
incremento de la Iglesia y a la salvación del género humano, los que cumplen el
deber asiduo de la oración y de la penitencia, que los que cultivan y trabajan
enel campo del Señor; porque, si aquéllos no hicieran bajar del cielo la
abundancia de gracias al campo que ha de ser regado, entonces seguramente
cosecharán frutos más escasos de su labor los operarios evangélicos.
(Pío XI, Constitución Apostólica Umbratilem)
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