Dice
Beda el Venerable que la Virgen fue feliz por haber sido Madre de Cristo
engendrándolo físicamente, pero más dichosa todavía porque quedó como custodia perpetua
del amor de Cristo.
Ella es la que tiene el cuidado de que
Cristo sea amado en el mundo. Cuidado de la Virgen que debe ser también nuestro
cuidado. En docilidad con la Santísima Virgen, tenemos que ser también nosotros
custodios del amor de Cristo. Nuestra consagración a Él nos tiene que llevar a
esto.
Ahí tenemos un modo de realizar esta
perpetuación de la Virgen, la dulce presencia de María en el mundo.
María no está entre nosotros como está
Jesucristo en la Eucaristía por una presencia real, sino que está entre
nosotros con esta otra presencia moral, por la presencia de almas dóciles a su
inspiración y que perpetúan este amor a Cristo.
Y en nuestra vida activa de trato con
las almas, procuremos sinceramente que todas las almas confiadas a nosotros
aprendan de nosotros a amar a Cristo. Imitar a la Santísima Virgen siendo
custodios del amor de Cristo, pero del amor de Cristo perfecto.
(En el Corazón de Cristo, P.
Mendizábal).
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