Además
de sus siete horas de oración, se ocupaba en ayudar algunas almas, que le
venían a buscar, en cosas espirituales; y todo lo más del día, que le vacaba,
daba a pensar en cosas de Dios, de lo que había aquel día meditado o leído. Mas
cuando se iba a acostar, muchas veces le venían grandes noticias, grandes
consolaciones espirituales, de modo que le hacían perder mucho del tiempo que
él tenía destinado para dormir, que no era mucho; y mirando él algunas veces
por esto, vino a pensar consigo que tenía tanto tiempo determinado para tratar
con Dios, y después todo el resto del día; y por aquí empezó a dudar si venían
de buen espíritu aquellas noticias, y vino a concluir consigo que era mejor
dejarlas, y dormir el tiempo necesario, y lo hizo así.
Refería Ignacio el hecho a una monja
catalana:
A muchos acaece, le dice, dados a la
oración o contemplación, que antes que hayan de dormir, por ejercitar mucho el
entendimiento no puedan después dormir, pensando después en las cosas
contempladas y imaginadas, donde el enemigo asaz procura entonces de tener
cosas buenas, porque el cuerpo padezca, como el sueño se le quita; lo que
totalmente se ha de evitar. Con el cuerpo sano podréis hacer mucho, con el
enfermo no sé qué podréis.
(S. Ignacio de Loyola, P. Casanova).
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