viernes, 19 de diciembre de 2014

Un violín roto. San Juan Bosco (VI)

           Aunque el propósito fue firme, pocos días después se le presentaría una nueva ocasión, que tampoco pudo eludir.

--Tienes que venir, Juan. No hay nadie que ayude en la iglesia. Tú lo harás de maravilla. Ayudarás al párroco, cantarás, tocarás el violín…

--No siga, no siga… iré. Pero que quede claro: sólo a la fiesta de la iglesia.

--De acuerdo, de acuerdo –aseguraba el pariente.

          La ceremonia resultó hermosa y lucida. Juan cantó en ella y tocó el violín. Terminada la función, anunció al tío su marcha.

--Nada de eso, Juan. Tienes que quedarte a comer. Soy el mayordomo de la fiesta.

          Al final, se quedó. No sucedió nada de particular durante la comida. Acabada ésta, un comensal lo felicitó por lo bien que había tocado el violín. Otro sugirió:

--¿Por qué no nos tocas alguna canción para entretenernos?

          Juan no quería aceptar de ninguna manera, pero le trajeron el violín, y el músico de la fiesta le prometió acompañarle.

          Se puso a tocar con el músico, convencido de que aquello era totalmente inofensivo. ¡Nunca se perdonaría lo que sucedió a continuación! Abstraído en la melodía, no se daba cuenta de lo que sucedía en torno. Percibió un leve cuchicheo entre los comensales. Luego, con más atención, como pasos que se arrastraban. Dejó el violín. Se asomó a la ventana. Un gran gentío bailaba al compás de su violín. Le invadió una rabia indescriptible.

--¿Cómo? – gritó a los comensales- ¿Yo que clamo siempre contra los bailes, me convierto ahora en su promotor? ¡No sucederá jamás!

Marchó rápidamente a su casa. Cogió su violín. Lo miró con infinita ternura y luego lo hizo pedazos. No pudo por menos de acariciar sus maderas, ya destrozadas. Luego miró su sotana de seminarista. Quiso sonreír, pero no pudo hacerlo.


          (Don Bosco, un amigo del alma).


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